Fue en un día caluroso. La concurrencia en aquel lugar era considerable; la mayoría, caras conocidas. Además, el escenario se complementaba perfectamente con las mesas colocadas para la celebración. A mi alrededor todos lucen felices, disfrutan del tiempo como antes no lo hacían. Sin embargo, parece que soy yo quien desentona en semejante lugar.
Hay algo en mi mente que no me deja tranquilo, detonado por la aparente cercanía. Algunos se detienen a preguntarme: “¿por qué estás tan serio? Si quieres puedes irte a dormir debajo de una sombra; No vale la pena pensar en ella, ya regresará”. Es curioso, cada uno tiene una idea errónea de lo que verdaderamente pasa dentro de mi interior, y aún así, no termino con su ignorancia. Hay días en que considero que es lo mejor, simplemente porque creo que van a decirme lo que quiero escuchar, y eso no ayudaría.
El día continúa su marcha; atrás quedó la humedad causada por aquellos pequeños niños corriendo alrededor de una pequeña alberca inflable, persiguiéndose con la manguera del agua y empapando a cualquiera que se atreva a acercarse (creo que elegí el lugar incorrecto para colocar mi asiento). El ocaso está cerca, y pronto las estrellas se asomarán para contar las historias del pasado, y la luna se erguirá como astro guía.
Durante el crepúsculo mis oídos y mi mente se conectan de nuevo y por un breve instante: la ambientación no es lo que esperaría para el espectáculo que estoy viviendo (a pesar de tantos años de convivencia, nadie se percata que la música que la única causa de mi malestar en ese momento). Guardo cualquier comentario relacionado con la música, ya que aparentemente todos disfrutan el momento. Concentro mi mente en el brillo del cielo, que particularmente luce más hermoso que en mi lugar cotidiano (hermosura desencadenada, una vez más, por la aparente cercanía).
La oscuridad se apodera del lugar. Algunos de los invitados hacen un esfuerzo por encender pequeñas luces que se encuentran a nuestro alrededor, en forma de antorchas, logrando por un momento un cambio en la atmósfera de aquel lugar. Pero, ya que las pequeñas antorchas no han sido suficientes (y que son presa fácil de los niños que corren y juegan con hielos), es necesario recurrir a la energía eléctrica. Las sonrisas de los concurrentes aumentan. Y yo, sentado con la mira en el cielo, simplemente evocando la figura de una persona.
¿Qué estará haciendo? ¿En qué pensará? ¿Mirará el cielo al igual que yo? ¿Qué tan complicado sería que lo hiciéramos al mismo tiempo? ¿Qué busca en la vida? ¿Qué busco yo? ¿Qué es lo que quiero? Concluyo que todas son preguntas dignas de mi asignación escolar del fin de semana, y que aún así no me llevan a nada, así que decido omitirlas por un momento de mi existencia.
Existencia: ¿cómo determinar lo que es real y lo que es subjetivo? Recuerdo una de mis aseveraciones anteriores: “Todo es real y relativo, de acuerdo a lo que necesitamos ver y escuchar”. Me queda claro que el camino es largo y sinuoso.
Mis momentos de reflexión se ven perturbados por la incursión de frases llenas de verdad que escucho a lo lejos (proveniente de una persona que ha abusado en el consumo de alcohol). Me dispuse a regresar al mundo de lo tangible. La noche siguió su transcurso, sin saber siquiera qué es lo que me aguardaba.
Al final, sólo subí al auto, cerré la puerta, coloqué el cinturón de seguridad alrededor mío, dejé que el destino actuara y que mi subconsciente tomara el control.
Hay algo en mi mente que no me deja tranquilo, detonado por la aparente cercanía. Algunos se detienen a preguntarme: “¿por qué estás tan serio? Si quieres puedes irte a dormir debajo de una sombra; No vale la pena pensar en ella, ya regresará”. Es curioso, cada uno tiene una idea errónea de lo que verdaderamente pasa dentro de mi interior, y aún así, no termino con su ignorancia. Hay días en que considero que es lo mejor, simplemente porque creo que van a decirme lo que quiero escuchar, y eso no ayudaría.
El día continúa su marcha; atrás quedó la humedad causada por aquellos pequeños niños corriendo alrededor de una pequeña alberca inflable, persiguiéndose con la manguera del agua y empapando a cualquiera que se atreva a acercarse (creo que elegí el lugar incorrecto para colocar mi asiento). El ocaso está cerca, y pronto las estrellas se asomarán para contar las historias del pasado, y la luna se erguirá como astro guía.
Durante el crepúsculo mis oídos y mi mente se conectan de nuevo y por un breve instante: la ambientación no es lo que esperaría para el espectáculo que estoy viviendo (a pesar de tantos años de convivencia, nadie se percata que la música que la única causa de mi malestar en ese momento). Guardo cualquier comentario relacionado con la música, ya que aparentemente todos disfrutan el momento. Concentro mi mente en el brillo del cielo, que particularmente luce más hermoso que en mi lugar cotidiano (hermosura desencadenada, una vez más, por la aparente cercanía).
La oscuridad se apodera del lugar. Algunos de los invitados hacen un esfuerzo por encender pequeñas luces que se encuentran a nuestro alrededor, en forma de antorchas, logrando por un momento un cambio en la atmósfera de aquel lugar. Pero, ya que las pequeñas antorchas no han sido suficientes (y que son presa fácil de los niños que corren y juegan con hielos), es necesario recurrir a la energía eléctrica. Las sonrisas de los concurrentes aumentan. Y yo, sentado con la mira en el cielo, simplemente evocando la figura de una persona.
¿Qué estará haciendo? ¿En qué pensará? ¿Mirará el cielo al igual que yo? ¿Qué tan complicado sería que lo hiciéramos al mismo tiempo? ¿Qué busca en la vida? ¿Qué busco yo? ¿Qué es lo que quiero? Concluyo que todas son preguntas dignas de mi asignación escolar del fin de semana, y que aún así no me llevan a nada, así que decido omitirlas por un momento de mi existencia.
Existencia: ¿cómo determinar lo que es real y lo que es subjetivo? Recuerdo una de mis aseveraciones anteriores: “Todo es real y relativo, de acuerdo a lo que necesitamos ver y escuchar”. Me queda claro que el camino es largo y sinuoso.
Mis momentos de reflexión se ven perturbados por la incursión de frases llenas de verdad que escucho a lo lejos (proveniente de una persona que ha abusado en el consumo de alcohol). Me dispuse a regresar al mundo de lo tangible. La noche siguió su transcurso, sin saber siquiera qué es lo que me aguardaba.
Al final, sólo subí al auto, cerré la puerta, coloqué el cinturón de seguridad alrededor mío, dejé que el destino actuara y que mi subconsciente tomara el control.
Hola, bonita reflexion...aunque pienso que podria pasar por un specie de mini cuento....me pregunto si esto realmente paso o le agregaste un poco de imaginacion. Espero estes bien saludos
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