23 de enero de 2010

Las máscaras del cambio


¿Las personas cambian? Una gran pregunta que me resulta muy complicada de entender. En años anteriores siempre defendí que esta sitaución nunca sucede. Mis viejos argumentos giraban en torno a que todas las actitudes con las que hacemos frente a la vida siempre han estado y estarán dentro de nosotros mismos; tal vez formadas desde una temprana edad o más aún, que vengan en el paquete genético otorgado por nuestros padres.

El ejemplo más sencillo que vienen a mi mente es aquél en el que alguien engaña a otro. Es tan simple como si A engañó una vez a B, nada puede asegurar que A no lo vuelva a hacer. Y expandiendo la idea, tampoco tenemos la certeza de que A no pueda engañar a C, una vez que A ha dicho que no lo volverá a hacer. La tendencia es clara: es más probable que A lo vuelva a hacer. Al final, una verdad siempre está presente: las palabras se las lleva el viento.

¿Cuántos adultos hacen berrinches en su vida diaria? ¿Cuántos más son manipuladores desde jóvenes? Hay quienes se mueven entre nosotros con una colección de máscaras tan sorprendente que nunca tenemos la certeza de con quién estamos tratando; y son esos mismos que al llegar a su edad adulta pasan su vida de la misma manera. Y entonces surgen más dudas: ¿cambia o no cambia?

Sí, el cambio es constante, pero en verdad un ser humano puede verse afectado. Lo afecta su entorno; y sus decisiones se ajustan a su realidad; sin embargo, la personalidad y las actitudes prevalecen.

Es aquí cuando la excepción a la regla se hace presente, y quién mejor que yo para experimentarlo. Creo que aquello a lo que llamamos madurez juega un papel muy importante. Este nuevo factor me hace replantear mi pregunta: ¿el cambio en una persona está relacionado al control de ésta sobre sus emociones? El panorama parece más claro.

Dos situaciones similares, distintos momentos, diferentes personas; y decisiones tan contrapuestas, una más sana que la otra, refiriéndome a la "salud mental". ¿En dónde estuvo el cambio? ¿Fue el tiempo que brindó la sabiduría necesaria? ¿Aprendí a controlar de mejor manera mis impulsos? Esta última es la más probable.

¿Y cuáles son los beneficios de ser otra persona? En primer lugar, la ya citada salud mental. En segundo lugar, no cometer los mismos errores, que en ocasiones afectan a terceros. También aumenta el grado de certidumbre con respecto a nosotros mismos; la clave, según algunos filósofos, para conocer a los demás. Quien se conoce a sí mismo puede representar una fuerza positiva en la vida de otros.

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